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sábado, 7 de junio de 2008

Y los demás - Mamerto Menapace

Reflexión

Del libro La vida que el Padre nos dio de Mamerto Menapace.

Se dice que el que no es capaz de vivir solo, que se cuide de vivir solo, que se cuide de vivir con los demás. Y que el que no sabe vivir con los demás, nunca podrá vivir solo. Soledad y comunión son dos aspectos que equilibran la vida y se necesitan mutuamente.
Porque el crecimiento no se ha detenido. Todo lo que vive crece. Y todo lo que asciende, converge. Somos como un árbol, que hasta un cierto punto crece en forma de tronco. Pero, a partir de un determinado momento, la necesidad interna de su propio misterio de árbol, hace que se diversifique en ramas. Cada una toma una dirección distinta, y si la vida es plena y no encuentra demasiados obstáculos, la copa se irá abriendo en forma armoniosa, y por lo tanto las ramas se separarán cada vez más en direcciones contrarias. El impulso por ser ellas mismas es lo que terminará por hacerlas encontrar en la totalidad de la copa.

Los bichos que carecen de esqueleto necesitan de un caparazón. Pero cuanto más perfecto es un ser en la escala de las especies, más fuerte tiene su realidad interior, y más sensible es su capacidad de relacionarse con los demás. Creo que en esta etapa del inicio consciente de nuestro camino es cuando más necesitamos relacionarnos con los otros, superando la necesidad y creciendo siempre hacia el deseo.
Todos nacemos en una determinada cultura, que es la memoria colectiva del crecimiento que todo un grupo humano ha ido acumulando, como sabiduría en su relación con la tierra, con los hombres y con Dios. Es una manera de ver la vida, y de integrar una escala de valores.
Pero hoy día ya no podemos contar con una cultura única. Estamos sumergidos en un mundo pluralista, donde tenemos que convivir con otras maneras de pensar y de valorar. Puede haber culturas dominantes que nos quieren imponer su propia visión de las cosas.
Permítanme una humorada que hace poco me regaló un amigo judío. Él me comentaba, en forma jocosa, que cinco grandes judíos trataron de explicar cuáles son las raíces de nuestras decisiones,. Dónde nacen y se asientan nuestros impulsos fundamentales:
1º Vino Moisés y dijo: todo pasa por la cabeza. Lo fundamental es el conocimiento de la ley de Dios y su voluntad.
2º Luego vino Jesús y dijo: todo pasa por el corazón. Lo fundamental es el amor a Dios y al prójimo.
3º Mucho después vino Marx y dijo: todo pasa por el estómago. La economía rige los actos humanos.
4º Casi enseguida vino Freud y dijo: todo pasa por el sexo. La libido es el gran impulso que mueve a los hombres.
5º Finalmente llegó Einstein y dijo:… ¡todo es relativo!
Bromas aparte, es evidente que frente a un mundo con una cultura pluralista y globalizada de la información, el gran peligro es perder una escala de valores y que todo nos dé lo mismo. Es la cultura del zapping, técnica con la que los televidiotas tratan de consumir todo lo que la pantalla les trae, sin necesidad de comprometerse con nada.
Pero, por otro lado, todo lo que crece tiene que alimentarse. Tiene que estar abierto a recibir del exterior, y a la vez debe tener la capacidad de integrar armoniosamente eso que recibe en la unidad de su propia realidad. Y si esto es evidente en lo físico, a través del alimento que recibimos, es mucho más cierto en los otros campos, como el social, el psicológico, el afectivo y también el espiritual.
Hasta pienso que el hecho de tener que compartir un mundo con una visión pluralista, nos obliga a afinar en ambas direcciones. Por un lado, buscar obstinadamente la propia identidad a través de elecciones valiosas a las cuales permanecer fieles, y por otro, el estar abiertos para integrar todo lo positivo que ciertamente nos puede venir de afuera de nuestro mundo propio.
Pero la comunión no puede reducirse a un simple proceso de recibir, discernir e integrar. Tan importante como esto, es la posibilidad de dar y de darse. Sólo llegan a ser plenamente nuestras las cosas que entregamos. El día que lleguemos a la plenitud, habremos dejado todo lo que teníamos y nos llevaremos lo que hemos dado.
Nuestras realidades profundas sólo perduran si logramos hacerlas vida para los demás. De lo contrario, se morirán con nosotros.
Del acierto en nuestras elecciones, y de la capacidad nuestra para comprender y ayudar a los demás compartiendo lo nuestro, puede depender también el que mi hermano no equivoque sus propias opciones.
Mi amor y mi comprensión en sus momentos de debilidad, pueden ser fundamentales para que él pueda también, hacer un acto de fe en la vida y arriesgar más allá de la necesidad y acceder al deseo que lo capacite para la renuncia y el amor.
Pero, también, puede ocurrir lo contrario. Puedo estar tan cerrado en mí mismo que llegue hasta la terrible actitud egoísta que la Biblia cuenta de Caín.
-Y a mí: ¿qué me importa mi hermano?
Yo no soy responsable de él.
Pero ante Dios y ante la vida, todos somos corresponsables de todos.

En Buenas Nuevas; Año 7; Nº33; octubre de 2000.

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