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sábado, 7 de junio de 2008

Pobreza evangélica - Mamerto Menapace

El cuento en la catequesis

Por María Inés Casalá

Algo especial de Mamerto Menapace para el Proyecto Compartir coordinado por el Consejo de Asuntos Económicos de la Conferencia Episcopal Argentina
No era una mala persona. Simplemente no aceptaba su pobreza. La sufría y trataba de defenderse de ella agarrándose de todo lo que pudiera darle seguridades. Con ello se había condenado a estar atado a cuanto pudiera poseer. Tenía así muchas cosas pequeñas que él terminó por considerar esenciales, aunque en realidad eran perfectamente superfluas.

Soñaba con el día en que fuera rico. Lamentablemente identificaba la riqueza con la capacidad de adquirir. Imaginaba lo hermoso que sería el poder disponer de dinero suficiente para poder comprar todo lo que se le ofreciera. Nunca nadie le había hecho notar que: rico no es el que tiene más, sino el que necesita menos. Como no es más sano el que dispone de más remedios, sino el que no necesita ninguno. Tampoco era una persona que utilizara todas sus pertenencias. Simplemente experimentaba un placer especial en poseerlas. Dedicaba su tiempo a admirarlas, quedándose extasiado frente a cada cosa que lograba adquirir y sentir como propia. Pertenecía a ese grupo de personas que mira a su automóvil como si fuera un sagrario, pero entra a una iglesia como si fuera un garaje.
Sufría de codicia, que es una forma de perder la libertad. Y para ello trabajaba ansiosamente, afanándose por tener más dinero, para poder poseer más. Pensaba que el día que pudiera comprar todo lo que deseara, entonces recién sería feliz. Y se lo pedía a Dios.
Y un día Dios se lo concedió. Arando el campo que alquilaba, la reja tropezó con algo duro. Su enfado se convirtió en sorpresa, y esta explotó en alegría cuando constató que se trataba de un tesoro enterrado.
Afortunadamente nadie había sido testigo de aquel hallazgo. Estaba completamente solo cuando su buena estrella le permitiera semejante encuentro con la posibilidad de ver cumplido su sueño. Mirando para todos lados, volvió a ocultar lo encontrado y retornó a su casa.
Tenía que tomar una dolorosa determinación. La única manera de convertirse en dueño del tesoro , era siendo primero el dueño de aquel campo. Pero para poder comprarlo se vería obligado a vender cuanto poseía. Y esto sí que le costaba algo tremendamente difícil. Porque literalmente se hallaba atado a todas sus pertenencias, aunque en su mayoría fueran perfectamente inútiles en su vida, ya que no lo aportaban otra cosa que el placer de poseerlas.
Luchó consigo mismo hasta que finalmente logró vencer. Con un gran dolor en el corazón fue y vendió cuanto poseía, y así pudo comprar el campo. Y una vez dueño de él, desenterró el cofre encontrado, que de esta manera fue suyo.
Loco de alegría, cometió el peor disparate que uno podría imaginarse. Pues lo primero que hizo fue gastar todo aquel tesoro comprando cuanto había vendido, y una infinidad de chucherías más.
Con esa actitud, la situación de este hombre llegó a ser mucho peor que al principio. Su corazón quedó peor enterrado de lo que había estado el cofre.
Porque allí donde esté ti tesoro estará también tu corazón.
Sugerencias para trabajar el cuento

1. Ponerse en presencia de Dios.
2. Leer el cuento en forma personal. Volverlo a leer detenidamente, para profundizar en su contenido.
3. Compartir las cosas que más nos llamaron la atención.
4. Continuar dialogando sobre las preguntas sugeridas.
5. Hacer un pequeño pero real compromiso personal. De ser posible hacer también un compromiso grupal.
6. En oración, ofrecer al Señor todo lo reflexionado y los compromisos asumidos, para que Él los ilumine y los haga crecer.

* ¿A qué cosas estoy atado?
* ¿Sé distinguir lo que es esencial y lo que es superficial? ¿Qué cosas son para mí esenciales y cuáles superficiales?
* ¿Mi vida está guiada por lo esencial o por lo superficial? ¿Qué tiempo le dedico a cada cosa?
* ¿Soy libre frente al dinero, frente a todas mis posesiones? ¿En qué lo noto?
* ¿Cuál es mi verdadero tesoro? ¿Cómo lo busco?

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