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sábado, 7 de junio de 2008

La ley del puño - Mamerto Menapace

Hay cosas simples que parecen cuento. Todo lo que se refiere a la vida, suele ser simple. Y por eso la vida, suele ser simple. Y por eso la vida suele dar tanto tema para las parábolas. Quizá la vida misma sea una gran parábola que, de puro simple, necesita ser atendida para ser entendida.
En nuestra pampa húmeda existen muchos pastos sabrosos para los animales. Por ejemplo la cebadilla, el raigrás, el pasto ovillo. Se los llama gramíneas. Algunos son del lugar. Otros se han aclimatado aquí, aunque sean originarios de otros lugares. Pero conviven todos en la misma geografía, y terminan por formar una pastura consociada y uniforme. En su utilización pueden obedecer a las mismas reglas de juego.

Una de estas reglas es llamada la ley del puño. Se la explico. Parece ser que todas nuestras gramíneas tienen una parte, la de abajo, que es como la fábrica de su follaje. No sólo sus raíces. También forman parte de esta fábrica de vida su tronco, que suele dividirse formando un macollo del que se van abriendo las hojas hasta ser independientes las unas de las otras. Esta independencia la adquieren recién plenamente más o menos a la altura de un puño. Todo lo que queda por debajo de esa altura pertenece a la parte de la planta que da vida al resto. Lo que sobresale es follaje para ser comido. En muchos casos la parte superior o útil puede ser hasta tres veces mayor que la parte de abajo o necesaria.
Como ustedes ven, en esta ley entra en juego la diferenciación entre lo útil y lo necesario. Lo primero es algo que está destinado a los demás. Lo segundo en cambio es vital para la planta misma.
Descendemos a lo práctico. Si permitimos a los animales que coman todo lo útil de las plantitas, pero respetando lo necesario, es decir su vida personal, su fábrica de pasto, bastará con retirar los animales y darle a la pastura un descanso de tres semanas para que se recuerde plenamente. En cambio si dejamos a los animales un día más, estos se comerán lo necesario, es decir, del puño para abajo. Y entonces la pastura ya no podrá recuperarse mas en ese ciclo. Tendrá que esperar a la próxima primavera para rehacer mientras tanto su propia planta. Porque ya no se trata de volver a fabricar follaje útil, sino de rehacer la fábrica misma del follaje.
Para eso se utiliza el pastoreo rotativo y controlado. Se intensifica la carga de animales sobre un trozo pequeño del terreno, pero permitiéndoles pastar sólo el tiempo necesario para que utilicen el follaje, sin dañar la vida cada día lo hacen en una porción nueva del terreno dividido por un alambrado eléctrico. Y al cabo de tres semanas pueden reiniciar el pastoreo renovado.
Es cierto, todo esto exige un poco más de tiempo y cuidado. Y además que la hacienda sea mansa. Pero todo está en saber educarla desde que son terneraje, y no olvidarse de tener un ojo encima. El resultado premia con creces el esfuerzo. Los campos resisten, los animales engordan, y el alimento se multiplica para los hombres. En definitiva, además de hierbas y bichos el hombre ha manejado su inteligencia.
A veces me pregunto si no existirá también una ley del puño en eso del trabajo pastoral. Da la impresión que muchas veces hay sobre pastoreo. Si hubiera más inteligencia de las cosas de Dios, se tendría que distinguir dentro de las propias fuerzas lo útil de lo necesario. Aquello que es para entregar, y lo que es vida interior que dinamiza y posibilita nuestra entrega, y que hay que defender celosamente para hacer posible el seguir dando.
Jesús se retiraba por las noches al cerro a solas para rezar. De allí se traía parábolas para compartir. Y muchas veces nos habló de la semilla, de la planta y del follaje.

Menapace Mamerto, Cuentos rodados, "La ley del puño", Editorial Patria Grande, Buenos Aires, Vigésima edición, octubre 2000.

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