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sábado, 28 de junio de 2008

EDUCAR PARA LA VIDA SOCIAL - REFLEXIÓN DE MONSEÑOR HECTOR AGUER

En su reflexión semanal en el programa “Claves para un Mundo Mejor” (Canal 9), Mons. Héctor Aguer, Arzobispo de La Plata, afirmó que el Papa Benedicto XVI “ejerce un servicio de caridad y de verdad que es imprescindible para conservar nuestra plena adhesión a Cristo y nuestra plena condición de católicos” y exhortó a renovar “nuestra fidelidad a la verdad católica, a la gran tradición de la Iglesia y nuestra adhesión a aquel que como Sucesor de Pedro es el gran Pastor que nos guía”.

Lo hizo con motivo de celebrarse
“el 29 de junio, Solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, es el Día del Pontífice” llamando valorar lo que “significa el ministerio del Sucesor de Pedro en la Iglesia como garante de la comunión de fe y de caridad” dado que “el Papa, con su enseñanza y con su actividad pastoral, es la cabeza visible de la unidad de la Iglesia Católica”.


“Menciono esto porque noto que en la cultura actual existe una cierta resistencia ante el magisterio y la autoridad del Sumo Pontífice”, destacó el prelado que consideró “esta actitud reticente y crítica tiene que ver, de algún modo, con los criterios individualistas y subjetivistas que han marcado profundamente la cultura contemporánea”.

Señaló que “lo peor de todo” es que “en las últimas décadas se ha notado dentro mismo de la Iglesia una cierta reticencia. Se ha ido afianzando en algunos sectores lo que Benedicto XVI ha llamado una hermenéutica de la discontinuidad y la ruptura. Como que la Iglesia de hoy, conducida por Benedicto XVI, estaría en contra del Concilio Vaticano II porque conciben a este Concilio como un comienzo nuevo y esencial en contra de toda la gran tradición católica”.

El prelado platense explicó que “desde esa perspectiva aún hay sectores de la Iglesia que, o bien no escuchan el magisterio pontificio, o bien lo critican de la misma manera que se hace en el mundo, en el orden secular, o bien se han plegado a un cierto movimiento de desobediencia, de impugnación o de discusión de lo que el Papa hace o enseña. No se trata de una cuestión sociológica o de organización; aquí falla la catolicidad de la fe”.

Adjuntamos el texto completo de la alocución televisiva de Mons. Héctor Aguer:





“El 29 de junio, Solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, es el Día del Pontífice, o Día del Papa, y una ocasión propicia para recordar lo que significa el ministerio del Sucesor de Pedro en la Iglesia como garante de la comunión de fe y de caridad”.

“El Papa, con su enseñanza y con su actividad pastoral, es la cabeza visible de la unidad de la Iglesia Católica”.

”Cuando era niño, en las parroquias, nos enseñaban y nos estimulaban a amar al Papa, a venerar al Papa. De ese modo, nos preparaban para que luego pudiéramos escuchar con atención su enseñanza, asimilarla debidamente y difundirla, en la medida de lo posible”.

“Menciono esto porque noto que en la cultura actual existe una cierta resistencia ante el magisterio y la autoridad del Sumo Pontífice”.

“Creo que esta actitud reticente y crítica tiene que ver, de algún modo, con los criterios individualistas y subjetivistas que han marcado profundamente la cultura contemporánea”.

“¿Se aprecia lo que transmite el Magisterio del Papa, lo que el Papa enseña? En general creo que hay una gran indiferencia, pero además se hace una especie de escrutinio, de discernimiento interesado, arbitrario. Hay ciertas enseñanzas que son bien recibidas, pero otras que van contra la opinión general, contra la manera de concebir las realidades humanas fundamentales en materia de amor, familia, bioética, etc., son rechazadas, y hasta repudiadas”.

“Pero lo peor de todo, me parece a mí, es que, en las últimas décadas se ha notado dentro mismo de la Iglesia una cierta reticencia. Se ha ido afianzando en algunos sectores lo que Benedicto XVI ha llamado una hermenéutica de la discontinuidad y la ruptura. Como que la Iglesia de hoy, conducida por Benedicto XVI, estaría en contra del Concilio Vaticano II porque conciben a este Concilio como un comienzo nuevo y esencial en contra de toda la gran tradición católica”.

“Desde esa perspectiva aún hay sectores de la Iglesia que, o bien no escuchan el magisterio pontificio, o bien lo critican de la misma manera que se hace en el mundo, en el orden secular, o bien se han plegado a un cierto movimiento de desobediencia, de impugnación o de discusión de lo que el Papa hace o enseña. No se trata de una cuestión sociológica o de organización; falla la catolicidad de la fe”.

“Me parece que éste es el momento oportuno, me refiero a esta celebración anual del Día del Papa, para recordar el ministerio petrino y la autoridad que tiene el santo Padre sobre los fieles; su autoridad es un servicio del cual todos los católicos necesitamos, porque el Sucesor de Pedro es quien nos marca la orientación correcta en el orden de la fe y el que anima la comunión de caridad en la Iglesia toda”.

“Espero que este recuerdo valga como una especie de exhortación. Hoy día es fácil escuchar la palabra del Papa. Cuando era joven, leía “L´Osservatore Romano” y lo sigo haciendo aún porque estoy apegado al sistema del códice, el diario y la revista, pero hoy día con un clic de la computadora se entra en Internet diariamente a la página de la Santa Sede y encuentra allí lo que el Santo Padre ha dicho hoy mismo”.

“Hoy es posible conocer en su integridad el pensamiento de Benedicto XVI, que no es el pensamiento de un teólogo particular, sino que es la orientación que el Pastor Universal de la Iglesia nos da a todos, pastores y fieles, para los cuales ejerce un servicio de caridad y de verdad que es imprescindible para conservar nuestra plena adhesión a Cristo y nuestra plena condición de católicos”.

“Por eso valga este recuerdo como una exhortación a renovar nuestra fidelidad a le verdad católica, a la gran tradición de la Iglesia y nuestra adhesión a aquel que como Sucesor de Pedro es el gran Pastor que nos guía”.

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domingo, 22 de junio de 2008

EL AÑO PAULINO - REFLEXIÓN DE MONSEÑOR HECTOR AGUER

En su reflexión semanal en el programa “Claves para un Mundo Mejor” (CANAL 9 y Canal María/EWTN), Mons. Héctor Aguer, Arzobispo de La Plata, explicó el sentido del Año Paulino convocado por Benedicto XVI e invitó a participar poniendo especial atención” en lo que el Apóstol San Pablo “significó para el Cristianismo naciente y en lo que significa, todavía hoy, para los cristianos”.

Luego de comentar que las principales celebraciones se realizarán en Roma, en la Basílica de San Pablo Extramuros, “donde está el sarcófago con los restos del Apóstol” y con celebraciones jubilares en cada diócesis del mundo precisó que “en el Cristianismo naciente, San Pablo es prácticamente el que encamina a la Iglesia para que ésta se lance de hecho a evangelizar a todas las naciones” pues “recorrió el mundo entonces conocido llevando el Evangelio con un esfuerzo extraordinario e inició el diálogo con la cultura helénica”.

“Es Pablo quien efectivamente logra que salten las trabas que inicialmente se pusieron”, destacó Monseñor Aguer.

Señaló que Benedicto XVI recordó que San Pablo “no era un gran retórico, no tenía grandes condiciones oratorias ni una presencia avasallante” y “lo que lo impulsaba era un fervoroso amor a Cristo y que, en ese sentido, es también nuestro modelo”.

En el final indicó que la Iglesia tiene en las Cartas de Pablo “un retrato del Apóstol, la confesión de lo que era su relación con Cristo y sus aspiraciones en la extensión del Reino de Dios” por eso invitó a sumarse a este Año Paulino no sólo con “las celebraciones que se estipulen” sino “también a leer o a releer las Cartas de San Pablo”.

Pidió que con esa meditación y la oración se asuma “el ejemplo del Apóstol para convencernos de que todo discípulo de Cristo es también un misionero” pues todos estamos llamados “a cultivar aquella lucidez y aquel fervor con el cual Pablo se consagró a la tarea extender en la tierra en Reino de Dios”.

La Iglesia celebrará el Año Jubilar Extraordinario Paulino desde el 28 de junio del 2008 al 29 de junio del 2009 porque el nacimiento del Apóstol Pablo, cuya fecha exacta no se conoce, ha sucedido entre el año 7 y el año 10 de nuestra era según lo certifican las investigaciones de los historiadores.

Se adjunta el texto completo de la alocución televisiva de Mons. Héctor Aguer:



“Hoy quisiera hablarles acerca del Año Paulino. Tal vez estén enterados que el Santo Padre Benedicto XVI ha proclamado un Año Jubilar Extraordinario para conmemorar el bimilenario del nacimiento del Apóstol San Pablo”.

“Se ha elegido este año, desde el 28 de junio del 2008 al 29 de junio del 2009, pensando que el nacimiento del Apóstol, cuya fecha exacta no conocemos, ha sucedido entre el año 7 y el año 10 de nuestra era. Esto lo certifican las investigaciones de los historiadores”.

“Por eso este año recordaremos al Apóstol San Pablo. Me parece oportuno que pongamos atención en lo que Él significó para el Cristianismo naciente y en lo que significa, todavía hoy, para los cristianos”.

“Las celebraciones van a cumplirse de modo privilegiado en Roma, en la Basílica de San Pablo Extramuros, donde está el sarcófago con los restos del Apóstol. Una tradición incontrovertible y además la opinión de los expertos aseguran que allí fue sepultado y que allí se conservan sus reliquias. En toda la Iglesia se va a celebrar también este jubileo y se va a obtener la indulgencia plenaria que el Papa concede de acuerdo a como lo determine el obispo en cada lugar”.

“En el Cristianismo naciente, San Pablo es prácticamente el que encamina a la Iglesia para que ésta se lance de hecho a evangelizar a todas las naciones”.

“Es verdad que Jesús a los doce apóstoles, antes de su partida, les había encomendado: ‘Vayan por todo el mundo y hagan que todas las naciones sean discípulos míos’. Pero, ciertamente, es Pablo quien efectivamente logra que salten las trabas que inicialmente se pusieron”.

“Concretamente había un buen grupo de cristianos de origen judío que pretendían que los paganos que se convertían al cristianismo debían observar todas las prescripciones legales y cultuales propias de la Antigua Alianza”.

“San Pablo muestra que esa actitud va en contra de la libertad cristiana; recuerda que Cristo ha venido a traernos la gracia de la redención y que somos salvados por nuestra adhesión a Cristo mediante la fe, el bautismo, la vida en la Iglesia y no mediante la observancia de esos ritos que tenían un significado preparatorio y profético para conducir al Pueblo de Dios a la recepción del Mesías”.

“Como leemos en el Libro de los Hechos de los Apóstoles, San Pablo recorrió el mundo entonces conocido llevando el Evangelio con un esfuerzo extraordinario e inició el diálogo con la cultura helénica”.

“Benedicto XVI, comentando la misión desarrollada por el Apóstol, nos dice que, en realidad, Pablo no era un gran retórico, no tenía grandes condiciones oratorias ni una presencia avasallante, sino que lo que lo impulsaba era un fervoroso amor a Cristo y que, en ese sentido, es también nuestro modelo”.

“Nosotros tenemos sus cartas. En las Cartas de San Pablo nos encontramos con la frescura del Evangelio en su sonido inicial y más genuino. Tenemos además un retrato del Apóstol, la confesión de lo que era su relación con Cristo y sus aspiraciones en la extensión del Reino de Dios”.

“De modo que este es un período muy interesante para que asumamos esta invitación de la Iglesia y nos dediquemos, por ejemplo, no sólo a cumplir con las celebraciones que se estipulen en cada lugar, sino también a leer o a releer las Cartas de San Pablo. Que las hagamos objeto de nuestra meditación, de nuestra oración, y que recojamos el ejemplo del Apóstol para convencernos de que todo discípulo de Cristo es también un misionero. Todos estamos llamados de algún modo, aunque sea en una pequeña medida, a cultivar aquella lucidez y aquel fervor con el cual Pablo se consagró a la tarea extender en la tierra en Reino de Dios”.


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sábado, 21 de junio de 2008

El Vaticano quiere rehabilitar la imagen de Pío XII


El Vaticano celebrará entre este y el próximo año un congreso y una exposición fotográfica, para mostrar el “gran legado” del Papa Pío XII, que fue Papa durante la II Guerra Mundial. También habrá un simposio de una organización judía interreligiosa.

Tres videos sobre la historia de Pío XII.

Biografía del Papa Pío XII 01





Biografía del Papa Pío XII 02



Biografía del Papa Pío XII 03



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sábado, 14 de junio de 2008

REFLEXIÓN TELEVISIVA DE MONSEÑOR HECTOR AGUER

SUBSIDIARIEDAD Y FEDERALISMO


En su reflexión semanal en el programa “Claves para un Mundo Mejor” (Canal 9 y Canal María), Mons. Héctor Aguer, Arzobispo de La Plata, afirmó que “en la Argentina el régimen federal no funciona correctamente. Pero en realidad, si hurgamos en nuestra historia podemos advertir que se trata de un problema crónico”.

Llamó a repensar “la relación de las provincias con el poder central y proyectar sobre ella la luz que brota del principio de subsidiariedad para encaminar al país hacia una auténtica vivencia federal” pues “el Principio de subsidiariedad puede iluminar también las relaciones entre el Estado y las provincias en un régimen federal como el nuestro”.

Destacó que “la palabra subsidiariedad viene de subsidio, apoyo, ayuda” y que para la Doctrina Social de la Iglesia el Principio de Subsidiariedad tiene “una gran importancia” e “indica que en la organización social, las instituciones menores, los cuerpos intermedios por ejemplo, deben tener la independencia y la libertad suficiente como para desarrollar sus actividades propias y ofrecer el aporte que pueden brindar a la organización total”.

El prelado explicó que “este principio vale sobre todo para regular la relación del Estado con la sociedad civil y con las distintas instituciones de esa sociedad civil” y con “el principio de Subsidiariedad contrastan las formas de centralización, de burocratización, de asistencialismo, de presencia injustificada y excesiva del Estado y del aparato público, ya que interfieren indebidamente en aquello que es la responsabilidad de las organizaciones menores”.

Añadió que, en la Argentina, la falta de una vivencia federal “es un problema crónico porque ya Fray Mamerto Esquiú, que apoyó decididamente la Constitución Nacional de 1853 experimentó una frustración acerca de la efectiva vigencia del federalismo”, que exiliado voluntariamente en Bolivia, en momentos de amargura escribió un epitafio impresionante que dice: “Aquí yace la Confederación Argentina. Murió en edad temprana a manos de la traición, la mentira y del miedo. Que la tierra porteña le sea leve. Una lágrima y el silencio de la muerte le consagra un hijo suyo”.

Mons. Héctor Aguer también dijo que “esa referencia a la tierra porteña obviamente se dirige a la sociedad porteña de entonces. Es decir a la élite ideológica que impuso luego el predominio del puerto de Buenos Aires sobre el conjunto de la Nación” y que esa situación “se arrastra a lo largo de toda nuestra historia y vuelve a hacerse actual y vigente a partir del conflicto, al parecer irresoluble, del sector agropecuario con el Gobierno Nacional”.


Adjuntamos el texto completo de la alocución televisiva de Mons. Héctor Aguer:

“Mis amigos, estaba repasando algunos temas del “Compendio de Doctrina Social de la Iglesia”, que es un manual extraordinario para actualizar cualquiera de los puntos fundamentales de esta enseñanza y me detuve en el principio de subsidiariedad, al que otorga una gran importancia”.

“Este principio indica que en la organización social, las instituciones menores, los cuerpos intermedios por ejemplo, deben tener la independencia y la libertad suficiente como para desarrollar sus actividades propias y ofrecer el aporte que pueden brindar a la organización total”.

“Por tanto no deben ser invadidas, absorbidas o destruidas por las instancias, instituciones o agrupaciones superiores. Este principio vale sobre todo para regular la relación del Estado con la sociedad civil y con las distintas instituciones de esa sociedad civil”.

“El Compendio de Doctrina Social de la Iglesia” dice precisamente que con el principio de Subsidiariedad contrastan las formas de centralización, de burocratización, de asistencialismo, de presencia injustificada y excesiva del Estado y del aparato público, ya que interfieren indebidamente en aquello que es la responsabilidad de las organizaciones menores”.

“La palabra subsidiariedad viene de subsidio, apoyo, ayuda. Por eso es cierto que también el principio de subsidiariedad tiene otra dirección, a saber: que el Estado debe intervenir en ayuda cuando esas otras instituciones no pueden cumplir con sus propios fines. Pero, aún en estos casos, la intervención del Estado debe ser muy limitada y no debe prolongarse de un modo indefinido. A propósito el Compendio afirma que a la luz del principio de subsidiariedad esta suplencia institucional no debe extenderse más allá de lo necesario, dado que encuentra justificación sólo en lo excepcional de la situación”.

“Se debe evitar que esta situación excepcional se convierta en una estructura permanente porque entonces se va asfixiando la espontaneidad, la libertad, la capacidad de iniciativa, que es propia de la subjetividad de la sociedad y que corresponde al protagonismo de las personas e instituciones”.

“Mi me parece que el Principio de subsidiariedad puede iluminar también las relaciones entre el Estado y las provincias en un régimen federal como el nuestro”.

“Últimamente advertimos que en la Argentina el régimen federal no funciona correctamente. Pero en realidad, si hurgamos en nuestra historia podemos advertir que se trata de un problema crónico”.


“Y digo que es un problema crónico porque ya Fray Mamerto Esquiú, que apoyó decididamente la Constitución Nacional de 1853, en la que se consagra nuestro régimen republicano, representativo y federal, experimentó una frustración acerca de la efectiva vigencia del federalismo”.

“Esquiú era un hombre del país interior, ya entonces postergado y empobrecido; puso una gran confianza en Urquiza, pensando que iba a promover un genuino federalismo y quedó decepcionado por la derrota o, más bien, la deserción de Urquiza”.

“Tal es así que Fray Esquiú se exilió voluntariamente en Bolivia y en esos momentos de amargura escribió un epitafio impresionante. Dice: “Aquí yace la Confederación Argentina. Murió en edad temprana a manos de la traición, la mentira y del miedo. Que la tierra porteña le sea leve. Una lágrima y el silencio de la muerte le consagra un hijo suyo”.

“Esa referencia a la tierra porteña obviamente se dirige a la sociedad porteña de entonces. Es decir a la élite ideológica que impuso luego el predominio del puerto de Buenos Aires sobre el conjunto de la Nación”.

“Esa situación, sobre la cual se puede discutir mucho y sobre la cual pueden darse visiones diversas y contrastantes, de algún modo es la que se arrastra a lo largo de toda nuestra historia y vuelve a hacerse actual y vigente a partir del conflicto, al parecer irresoluble, del sector agropecuario con el Gobierno Nacional”.

“Habría que pensar nuevamente la relación de las provincias con el poder central y proyectar sobre ella la luz que brota del principio de subsidiariedad para encaminar al país hacia una auténtica vivencia federal”.

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sábado, 7 de junio de 2008

Responsabilidad de padres - Mamerto Menapace

Como ocurre cada año. Lentamente nos vamos acercando al mes de la nostalgia. El otoño sale a nuestro encuentro con la caída de las hojas y con los colores que del verde abundante y los tonos varios de tantas flores se transforman progresivamente en el amarillo predominante con el que contrasta el cielo siempre azul. No sólo esto caracteriza el otoño, sino que, además, se tiene la sensación de que el paso del tiempo fuera más lento. Como si el sol, la noche, la naturaleza toda, amortiguaran su marcha.

Como los ancianos. Nuestro entusiasmo del verano, la fuerza que pareciera que nos transmitía el sol, el agua, las vacaciones, lentamente comienzan a dar lugar a un estado de quietud, de serenidad, de reflexión. Quien ha vivido plenamente un verano, busca arrastrar sus pies sobre la alfombre amarilla de tantos recuerdos que un día fueron momentos plenos en la copa de la vida. Sólo el que ha vivido una primavera con fuerza y un verano con intensidad, busca el otoño para la reflexión y para serenar el caminar y saborear lo vivido, despojarse una a una de aquellas realidades que un día sirvieron y hoy tienden a permanecer atadas a nosotros aunque ya hayan caducado. Es la invitación del otoño a dejar caer los apegos uno a uno, los apegos a tantas cosas materiales y a tantas personas con el solo fin de encontrarnos livianos de carga para la llegada del invierno cuando ha de tener lugar el tránsito del tiempo a la eternidad. Podremos entonces extender nuestros brazos, libres de pesos y ataduras, hacia el luminoso cielo… Ese cielo del que nunca se alejó nuestra mirada y al que ahora se dirige más clara y penetrante. Hasta que el invierno de esta vida de paso a la esplendorosa y eterna primavera.

¿Y quién de nosotros no tiene en su familia a un abuelo viviendo el otoño de su vida, o alguien esperando el invierno con días apenas tibios pero con noches profundas de sabiduría, de experiencia masticada en sabores agrios y dulces, en sufrimientos y alegrías. Y para muchos individuos los inviernos son más crudos que para los demás y hace tiempo que las hojas los han abandonado. En su jardín son los únicos que aún quedan de pie cuando hace rato que hubieran querido irse con los otros.

La geografía que les toca vivir ¡es tan distinta! Los seres con los que les toca compartir el trozo de historia ¡viven de manera tan diferente! Mientras ellos buscan hundir cada vez más sus raíces para asimilar nutrientes "verdaderos" o, tal vez procurando crecer para adentro porque para afuera ya lo realizaron y nunca nadie fue más feliz; entre los demás nadie los escucha cuando claman que también todos deben preocuparse en echar raíces, porque en la profundidad de lo que les es común y de donde se nutren, el dador de vida es el mismo y por lo tanto se hermanan todos en un mismo alimento. Pero nadie busca allí la verdad, sino que creen en la promesa de las mariposas, en el canto que trae el viento que no es permanente, en la luz deslumbrante del sol que luego se va y nos sume en el dolor de la oscuridad.

Es el recuerdo tantas veces contado lo que hace al abuelo aliviar la pena. Y son nuestros oídos los que necesita ese ser cuya cabeza vistió de blanco el otoño, y a otros se la dejó descubierta para siempre.

El anciano es nuestro hermano necesitado, es el que más dio en la vida y es el que menos tiene y al que menos damos. En los párpados entornados hay un recuerdo de otros ancianos que él vio en su primavera y su verano, pero que también sólo vio, pero no ayudó. Hay una silenciosa comprensión de los ciclos de la vida. Pero su corazón creció también en comprensión y supo callar su pena. En los ojos amorosos e inocentes de los niños, busca su inocencia y la de tantos otros dejados en la curva del tiempo. En los niños y en los ancianos se toca la existencia toda. Ambos se comprenden y se sienten, porque ambos van al encuentro despojados de apegos y de temores de pérdidas porque sienten que nada tienen más que ese momento que están viviendo. Los niños buscan el refugio tierno que brinda el anciano, porque éste tiene en sus manos el tiempo detenido para brindárselo hecho amor. Lo que los padres no queremos brindar, ocupados en perseguir estrellas fugaces.

Los ancianos buscan a los niños porque éstos poseen la ternura de los sentimientos puros que hacen vibrar su corazón para vivir un poco más. Sentimientos que nosotros los adultos no queremos oír, aturdidos por el consumismo y el vivir (¿vivir?) ocupados y corriendo.

Respetemos especialmente a los ancianos regando su soledad con escucha y comprensión, que es el amor en acción. Porque al ayudarlos nos ayudamos. Porque nos observan y tienen su experiencia para aportárnosla. Su sabiduría es para nosotros un secreto, que necesitamos conocer. Porque no sólo observan con la vista, sino también con el corazón y con todo su ser. Ellos escuchan el pedido de amor en los ojos de nuestros hijos, ellos ven el dolor, la soledad y la espera en el rostro de nuestros hijos. Ellos han guardado como el tesoro más grande y doloroso, la confesión que nuestros hijos dejaron en sus oídos cuando los nuestros sólo estaban para escuchar los ruidos del mundo. En su sangre llevan el clamor de su corazón conmovido y solidario por la soledad de nuestros hijos, y en sus pasos vacilantes y sus manos temblorosas tendidas hacia nosotros tratan de detenernos para que veamos esta realidad. Nuestros hijos esperan de nosotros los padres. Ellos germinaron por la generosidad nuestra, y ahora crecen buscando desesperadamente una guía y nosotros nos convertimos, a veces, en ráfagas de viento que mueven su tierna plantita a uno y otro lado, confundiendo su dirección y sin marcar su rumbo. A veces los quemamos en el ardor que ponemos encandilados por el sol del materialismo y falsas ilusiones. Otras los dejamos sin regar porque nos hemos secado por dentro, deprimidos porque perdimos el sentido de nuestro existir.

Respetemos los ciclos de la naturaleza y vivamos días también de otoños y de inviernos para reflexionar y buscar en nuestro interior el manantial en donde nuestros hijos puedan beber. Nosotros debemos conducirlos a él, ésa es nuestra responsabilidad. Al pensar, escuchar y dar tiempo a nuestros hijos, no sólo cumpliremos nuestro rol de padres sino que a los abuelos les cambiaremos la nostalgia por la esperanza, el otoño por la primavera en el florecimiento de hijos maduros física y espiritualmente. Porque ser padres no es solamente ser generosos, sino también responsables.

Mario E. Cardarelli; Le digo a los padres; Editorial San Pablo; Argentina; 1994.

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Poner límites. Un acto de amor - Mamerto Menapace

Uno de los problemas que mayoritariamente los padres plantean, y observo que lo tienen, es que en la relación con sus hijos hay una falta de límites netos y adecuados. Los métodos disciplinarios carecen de coherencia. No hay pautas precisas. Lejos de culpar a los padres, lo que hay que tener claro es que nadie nació siendo padre, sino que se va haciendo padre "siéndolo".

En la generalidad, los padres cometen errores básicos (en cuanto a disciplina se refiere), pero por desconocimiento. Casi siempre lo que se tiene son: buenas intenciones. Pero no un método claro o pautas claras para internalizar. Entonces, considerando las edades de los hijos, establezcamos dos grupos: los niños y los adolescentes.

Los niños presentan cada vez mayor agresividad manifestada en los juegos, en sus reacciones constantes. Hay una inquietud que les nace en todo el cuerpo y, en muchos casos, los padres y maestras expresan que no los pueden tener quietos. En seguida se los rotula: "son hiperactivos" o "hiperkinéticos".

Además es muy común observar la falta de respeto hacia los padres, pero muy esencialmente hacia la madre, con desobediencia, malas contestaciones y hasta insultos. Del otro lado…, el silencio de la madre (que es quien pasa más tiempo con los hijos). Un silencio ante las reacciones de sus hijos que la van llenando de angustia día a día. O por el contrario un poner límites a gritos. Se grita a los niños porque pelean con sus hermanos. Se les grita porque dejaron la ropa tirada. Se les grita para que cumplan con un mandado. Se les grita porque no hacen los deberes. Se les grita porque gritan y se les prometen castigos, se los llena de amenazas… que no se aplican. O se aplican a destiempo.

¿Y en los hijos adolescentes? Rebeldía, mundo interior (el de ellos) impenetrable, búsqueda y defensa de la libertad, aunque en otros momentos busquen dependencia y sientan necesidad de consultar, de que los padres "estén presentes" decidiendo. Mientras, a su lado, los padres asisten preocupados, a veces angustiados, llenos de temores. Y también con sensación de desamparo. Ocurre que suele haber miedo a la puesta de límites, a la disciplina. Por un lado porque generalmente no la han impuesto a sus hijos desde que eran niños y, por otra, se teme a las reacciones, a que los hijos dejen de quererlos, o se revelen más, y hasta se vayan de casa.

A propósito de este tema, se me ocurrió conveniente contarles una historia narrada por MAMERTO MENAPACE en su libro Cuentos Rodados (Editora Patria Grande, Bs. As., 1988, p.15), que al parecer fue encontrada en un viejo libro de vida de monjes, y escrita en los primeros siglos de la Iglesia. "Erase una vez una madre que estaba muy apesadumbrada, porque sus dos hijos se habían desviado dl camino en que ella los había educado. Mal aconsejados por sus maestros de retórica, habían abandonado la fe católica adhiriéndose a la herejía, y además se estaban entregando a una vida licenciosa desbarrancándose cada día más por la pendiente del vicio.

"Y bien. Esta madre fue un día a desahogar su congoja con un santo eremita que vivía en el desierto de la Tebaida. Era éste un santo monje, de los de antes, que se había ido al desierto a fin de estar en la presencia de Dios purificando su corazón con el ayuno y la oración. A él acudían cuantos se sentían atormentados por la vida o los demonios difíciles de expulsar.

"Fue así como esta madre de nuestra historia se encontró con el santo monje en su ermita, y le abrió su corazón contándole toda su congoja. Su esposo había muerto cuando sus hijos eran aún pequeños, y ella había tenido que dedicar toda la vida a su cuidado. Había puesto todo su empeño en recordarles permanentemente la figura del padre ausente, a fin de que los pequeños tuvieran una imagen que imitar y una motivación para seguir su ejemplo. Pero, hete aquí, que ahora, ya adolescentes, se habían dejado influir por las doctrinas de maestros que no seguían el buen camino y enseñaban a no seguirlo. Y ella sentía que todo el esfuerzo de su vida se estaba inutilizando. ¿Qué hacer? Retirar a sus hijos de la escuela, era exponerlos a que, suspendidos sus estudios, terminaran por sumergirse en el ocio y vagancia del teatro y el circo.

"Lo peor de la situación era que ella misma ya no sabía qué actitud tomar respecto a sus convicciones religiosas y personales. Porque si éstas no habían servido para mantener a sus propios hijos en la buena senda, quizá fueran indicios de que estaba equivocada también ella. En fin, al dolor se sumaba la duda y el desconcierto no sabiendo qué sentido podría tener ya el continuar siendo fiel al recuerdo de su esposo difunto.

"Todo esto y muchas otras cosas contó la mujer al santo eremita, que la escuchó en silencio y con cariño. Cuando terminó su exposición, el monje continuó en silencio mirándola. Finalmente se levantó de su asiento y la invitó a que juntos se acercaran a la ventana. Daba ésta hacia la falda de la colina donde solamente se veía un arbusto, y atada a su tronco una burra con sus dos burritos mellizos.

"-¿Qué ves?- le preguntó a la mujer, quien respondió: -Veo una burra atada al tronco de un arbusto y a sus dos burritos que retozan alrededor sueltos. A veces vienen y maman un poquito, y luego se alejan corriendo por detrás de la colina donde parecen perderse, para aparecer en seguida cerca de su burra madre, y esto lo han venido haciendo desde que llegué aquí. Los miraba sin ver mientras te hablaba.

"-Has visto bien -le respondió el ermitaño-, Aprende de la burra. Ella permanece atada y tranquila. Deja que sus burritos retocen y se vayan. Pero su presencia allí es un continuo punto de referencia para ellos, que permanentemente retornan a su lado. Si ella se desata para querer seguirlos, probablemente se perderían los tres en el desierto. Tu fidelidad es el mejor método para que tus hijos puedan reencontrar el buen camino cuando se den cuenta de que están extraviados.

"Sé fiel y conservarás tu paz, aun en la soledad y el dolor. Diciendo esto la bendijo y la mujer retornó a su casa con la paz en su corazón dolido".

Y bien, la idea es clara. Primero, el matrimonio debe dialogar con profundidad acerca de los valores que considera como piedra fundamental de su hogar. Esos valores, esos principios, ese arbusto en el cual los padres nos debemos atar. Y desde ahí, desde esta postura transmitírselos a los hijos. Estos valores primordiales muchas veces son resistidos por los hijos y buscan que sean cambiados. Y aquí es donde los padres debemos tener posturas firmas. Podemos negociar horarios, permisos, y tantas cosas que pueden -y hasta cierto punto es necesario-, ser "negociables". Pero estos valores, no. Si yo considero esencial la existencia en la familia del amor, el respeto y la disciplina, pues a estos criterios deberé estar unido sin apartarme de ellos. Los hijos no abandonan a sus padres cuando ellos sienten que hay amor. No se debe caer jamás en la complacencia sin control, en la permisividad exagerada. Nunca. Ser padre es lo esencial. Y eso significa autoridad.

Autoridad con su doble significación: el de autor de esa vida -por gracia de Dios- y el de impartir una dirección, una línea de conducta, un sendero por el que dirigirá los pasos de sus hijos con la libertad (inherente a todo ser humano) de decidir cómo caminar y qué hacer de ese sendero. Ser padres es estar presentes en la vida de los hijos conduciendo, señalando, acompañando, dando pautas. Así es estar presente. Así es como les hacemos sentir el amor.

Hay padres que por comodidad, negligencia, temor, o queriendo ser "piolas", permiten que sus hijos hagan lo que deseen, que decidan cada acto de su vida en total libertad, mientras sus padres son simples observadores o permanecen ausentes. Que no se caiga en el triste rol de algunos padres que les dan a sus hijos una total libertad. Ese hijo, por un tiempo, pasa a ser el "vivo" del grupo, el que tiene padres "piolas" que lo dejan salir siempre, que no ponen límites, que le dan la llave de la casa, que permiten que él llegue a la hora que desee a la casa (muchas veces ni se enteran del horario de llegada), es el que maneja su tiempo con total autonomía.

Este hijo comienza a observar más adelante que el único que goza de tanta libertad es él. Que el resto del grupo, en mayor o menor medida, tiene algún control de los padres. A los otros chicos los padres los llevan a las fiestas, los van a buscar, inclusive a veces no participan de salidas porque están en penitencia a raíz de alguna llegada fuera de hora, por alguna nota baja en el colegio o queja de su conducta, etc., etc. ¿Y él? Y aquí comienza el planteo en su interior: "los padres se preocupan por los otros chicos, en cambio los míos ¿son demasiado buenos o no les preocupa lo que me puede suceder, en dónde ando ni quiénes son mis amigos? Si los otros se preocupan y los míos no, ¿será porque no me quieren, porque no les interesa?

Surge así una tristeza que va en aumento, hasta ser una angustia quemante, porque ahora va observando todo, día tras día, con otros ojos, hasta llegar a la conclusión de que él como hijo no les importaba sus padres o sus padres son cómodos, siempre ocupados en sus cosas. Por lo tanto "no me quieren". Esta conclusión es la que lo acompaña en su presente, y por lo tanto, es un presente lleno de dolor y no sabiendo cómo hacer frente a ese sufrimiento, la primera salida que busca (casi instintiva) es la de escapar de ese presente, y el escape se realiza primero a través del alcohol y luego a través de la droga.

Esta es la historia cada vez más repetida de un hijo solo, que se siente no querido, no tenido en cuenta, abandonado. ¿Por qué? Porque no se lo ha criado con límites. Poner límites es saber decir "no" a situaciones que los padres (por haber vivido más, por conocimiento, por madurez, por responsabilidad, etc.), saben que no son buenas para sus hijos. Es decir, un "no" con justificación, con explicaciones razonables. Y en este "no" se está presente. Y se les está demostrando que se los ama de verdad.

Los adolescentes expresan repetidamente (en charlas, en confidencias) que son hijos del rigor, aunque se revelen (en conductas externas), en su interior valoran y respetan al profesor que les pone límites (siempre que lo haga con educación y respetándolos) y al padre que les pone restricciones. Aborrecen, se mofan y se dejan de respetar al que no se mantiene fiel a valores y principios, a los que se sueltan de éstos y van a correr por los campos inmaduros de la existencia de los hijos, perdiéndose todos en el desierto, sin rumbos claros.

A lo que se suma otra de las causas de mayor angustia en los hijos: el no saber dónde están parados, porque han perdido el punto de referencia, el faro que envía permanentemente señales con sus luces desde el mismo lugar fijo en el que ha asentado su existencia, son los padres con metas claras, propósitos coherentes, valores elevados, que harán respetar con firmeza, con perseverancia y con fe. Son los padres que les están diciendo a sus hijos: "aquí estamos, ofreciéndoles esto para la vida. Estamos aquí amándolos en los 'sí' y en los 'no', en sus alegrías y en sus sufrimientos, y en nuestra silenciosa espera. Pero firmes en lo que creemos y seguros en nuestras decisiones, aunque por ahora no entiendan la razón de nuestras restricciones. Estamos aquí y los amamos".

Mario E. Cardarelli; Le digo a los padres; Editorial San Pablo; Argentina; 1994.

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¿Somos padres… o qué? Mamerto Menapace

Escucho con preocupación y cierta tristeza cuando algunos padres hablan acerca de que ellos dos, como pareja, son lo más importante, porque en definitiva… los hijos algún día se irán. ¿Y?

Cuántas veces hemos de oír que, si se presenta la oportunidad de salir, viajar o trabajar en algo nuevo con muy buena ganancia a costa de quitar el tiempo a los hijos (tal vez todo el tiempo), hay que hacerlo. "Las oportunidades no hay que desaprovecharlas", suele alegarse.

¿Qué sentido tendría ser padres, si no fuera en función de los hijos? ¿Qué sentido tendría? Bien, podemos entender esto, pero es necesario distinguir dos aspectos. Por un lado la pareja de padres debe vivir la relación de los cónyuges. Deben disponer de un tiempo para ellos, un tiempo para recuperar energías, pero también hallar mayor unidad y un encuentro de los afectos, un darse amor que volverá multiplicado, y así, envueltos en una paz espiritual, unidos por el toque del amor volver a la relación con los hijos para dedicarles todo el tiempo suficiente, atentos y entregados a los requerimientos que les hagan de cariño, de orientación, de compañía. Pero siempre la búsqueda debe ir orientada al equilibrio. Es malo estar continuamente con los hijos sin tener un tiempo para uno, y un tiempo para la pareja; como es malo también estar demasiado tiempo lejos de los hijos, o sólo estarlo en momentos en que ellos los necesiten especialmente.

Este es un llamado a los padres para que se detengan un momento a reflexionar. Sus hijos necesitan cariño. ¿No se dio usted cuenta? ¿Les brindó ese cariño? Sus hijos necesitan conversar, hay tantas dudas…, tantos miedos…, tanto para hablar, para preguntar, ¿logró disponer un tiempo para escuchar?, ¿les mostró que interiormente se encuentra en paz y que está dispuesto a escucharlos, a seguir el relato con atención y silencio?

Tal vez usted como padre quiera hacerlo. Tal vez tenga una gran disposición. Pero esto dependerá del grado que se libere de sus propios problemas y de esta manera encontrarse dispuesto a atender las necesidades de sus hijos.

No es fácil interesarse por los hijos, pero interesarse de tal manera que seamos capaces de dejar nuestras necesidades para ver sus necesidades, y de esta maneras estar allí, con ellos y dejar de estar aquí, en mí, en "lo más importante". Es dejar de ser para ser, para ser con el otro, para ser padre. En el renunciamiento del propio yo, me dignifico. En el sentido que corona el renunciamiento está la superación de uno mismo. Nos enaltecemos. Es dejar morir el yo para que nazca el amor. Ego y amor son inversamente proporcionales. Imposible que conviva un auténtico amor de padre, con el amor a uno mismo, en términos egocéntricos (centrados en mí; el yo como centro de todo interés y toda motivación). Este egoísmo toma a veces otra forma. Su disfraz suele ser el amor unilateral (o imagen distorcionada del amor) al cónyuge. Un amor con búsqueda permanente del otro. La felicidad brilla con su color más intenso cuando está su pareja; cuando no está, la sombra del atardecer tiñe los ojos del enamorado. Ojos que miran en una dirección cuya estrechez impide ver. Ver la realidad, ver que tampoco aquí se está amando, más que a uno mismo. La necesidad ata a las personas. La necesidad ara a las cosas, al pasado o al futuro. Y todo lo que ata impide libertad. Y si no se ama en libertad, no se ama.

Cuando yo necesito al otro para ser feliz, estoy dormido, porque pongo las expectativas de felicidad fuera de mí. Entonces, al apegarme tanto a una persona, no estoy realmente seguro de amarla, pues tal vez mi inseguridad, la falta de amor en mi interior, hace que la busque fuera y que en ese caso la fuente de felicidad esté en el mundo y no en mí.

Indefectiblemente debemos llegar a la faz espiritual, porque nos metemos tanto en el mundo, que pasamos a ser del mundo, y entonces damos el primer lugar al trabajo (y también al consumo), justificándonos con que las necesidades de la familia hay que cubrirlas. Pasa a ser el trabajo el eje de la vida de los padres y de la familia. Un apego que nos hace vivir cada vez más fuera de uno mismo, persiguiendo bienes materiales que, al no ser eternos, deben ser reemplazados permanentemente o sustituidos por otros que la sociedad de consumo nos brinda como mejores y, a veces (muchas veces), como garantía de felicidad.

Si seguimos en la escala de valores de acuerdo con ese criterio, podemos llegar a ubicar a la familia en segundo lugar, pero después del trabajo. Y sólo en tercer lugar (por si acaso), ubicamos a Dios; cuando son precisamente las cosas del espíritu las que realmente tienen importancia en la vida, las que nos van a dar una profunda alegría, porque tendremos una paz interior que será fuente de felicidad; y una persona que se siente así necesita expresarlo. Y entonces se verá alegría en el trato con la familia, en disfrutar y hacer disfrutar a los hijos los momentos que Dios nos da en la vida, disfrutar de la naturaleza, de sus cambios, de las risas y los logros, de la compañía y de la soledad. Inundados de alegría nos expresamos así en una canción, en las palabras habladas y en las expectativas que cada edad trae consigo. Viviremos con nuestros hijos sus etapas de cambios, estaremos con sus picardías de niños, con sus conflictos adolescentes, con los sueños sobre el futuro.

Cuántas veces dejamos a un lado lo que tiene realmente importancia, lo que debe cobrar sentido en uno: los hijos, y vivimos a medias al omitir lo esencial, el pedido de Dios, lo que él espera en la función que nos donó con esperanzas: el ser padres. Dejamos esto por una droga llamada "necesidad de que me quieran", "necesidad de que me aprecien, de que me aprueben", "necesidad de éxito, de aplausos, de prestigio y admiración", "necesidad de tener y ejercer poder". Y permitirnos que las raíces penetren en nuestro ser. Raíces de una enredadera desarrollada por la sociedad, que nos va cubriendo y ejerciendo un control sobre nosotros. Luego de este control, viene la dependencia de los demás, de sus rótulos y de sus aprobaciones. Y perdemos libertad. Perdemos felicidad. Y nos perdemos a nosotros mismos.

Mario E. Cardarelli; Le digo a los padres; Editorial San Pablo; Argentina; 1994.

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Carta a las madres - Mamerto Menapace

Voy a escribirte a ti que eres madre. A ti que cuentas con la dicha de haber tenido a un hijo en tus entrañas. A ti te escribo que has percibido el paso de la mano milagrosa de Dios hasta sentirte también creadora junto a él. A ti te escribo, dueña de un corazón inmenso, tan lleno de amor que explotando la gracia de tu maternidad cobijaste a un niño que no tenía esos brazos curvos que tú posees para acunarlo con cariño y adormecerlo al amparo de tu calor. Tú transformaste la soledad del niño sin madre en un niño feliz porque le regalaste tu maternidad.

Eres madre y llevas a tus espaldas más responsabilidades -quizá-, de la que crees. Tú alimentas físicamente a tu hijo preparando con esmero sus comidas, tratando de armonizar los gustos con las proteínas que necesita ingerir. Pero también lo alimentas a nivel psicológico cuando lo proteges en tus brazos frente al dolor de una caída, o cuando una pesadilla irrumpe su sueño, o al enfrentar situaciones especialmente angustiantes como el primer día de escuela, la primera visita al médico o al dentista, la primera salida con el chico o con la chica con quien ha comenzado a enamorarse.

Todo esto contribuye al crecimiento de tu hijo. Sin embargo si hay algo que no debemos perder de vista los adultos (y principalmente la madre porque está más tiempo con los hijos) es mantener la mayor estabilidad posible de nuestro carácter y de nuestras actitudes, de tal manera que el hijo al conocer a sus padres, pueda anticiparse a cómo irán a reaccionar. Esto les aporta seguridad. Lo contrario los angustia mucho.

Cuántas veces es posible observar cómo las madres reaccionan (ustedes mismas son conscientes de que es así) con gritos, con palabras duras que hasta llegan a dañar la autoestima del niño. Lo menos que le dicen es tonto o inútil. De aquí en más los insultos llegan a ser alarmantes. La injusticia en que se suele caer es muy grande. Injusticia al culparlos de lo que no han hecho; en seguir gritando y enojados por lo que hicieron un tiempo atrás; o cuando se los compara con el hermano o la hermana porque son mejores, o con el primo o el vecino. Grave daño se causa con la boca y la lengua demasiado ágil. La ira, el enojo exagerado, es difícil de parar, como es difícil contener un dique desbordado, o un dique cuyas compuertas han cedido a la fuerza del agua. Para evitar estas consecuencias, lo que hay que hacer es asegurar las compuertas, contener la presión del agua, porque cuando todo su poder se libera, toda el agua enloquecida busca hacer ríos destructivos que arrasan con todo lo que encuentran en su camino, con imprevisibles resultados. Si no aprendemos a controlar nuestros enojos, la ira al desatarse no se podrá contener después. El secreto está en actuar antes que se desate. El control debe ejercerse antes de largar los ríos de insultos que saliendo de la boca desenfrenada por demás, buscarán los caminos peores para llegar al corazón del hijo. Este, al mirar con los ojos demasiado abiertos para encontrar esa mamá, que supo tener instantes de cariño y de amor para con él, ya no la encuentra tras la máscara desfigurada del descontrol. Tal vez, por una cuestión pequeña, insignificante. Y con seguridad que no actuó en contra de su hijo porque rompió un vaso o se peleó con su hermano. Con seguridad que no. En su hijo se descargó la frustración que anidaba en su corazón por el dinero que no le alcanza, por el marido que no la comprende (según ella), o por tantas cosas que quiso hacer en su vida y terminó encerrada en "cuatro paredes" -como suelen decir- criando hijos, haciendo la comida, limpiando y planchando.

"Es ese hermoso hija, esa hermosa hija la culpable de tus cosas? ¿Con qué derecho pones en sus manos esa valija llena de trapos sucios y de otro tiempo, que fuiste llenando justamente porque quisiste ir llenando? ¿Por qué tu hijo debe cargar con lo que no pudiste sobrellevar?

Por esto te escribo a ti que eres madre. Con cariño te digo que los hijos van a relacionarse muy mal con el mundo si eres permanentemente cambiante. Del grito, el insulto, o ser muy criticona, pasas en algún momento a la dulzura, tal vez cuando vino una visita especial, o conseguiste ese dinero que te faltaba para pagar tus deudas. Es muy difícil a veces llorar un equilibrio en este sentido. Pero hay que intentarlo. Hay que detener el enojo, el descontrol en palabras, gritos y otras actitudes, antes que éstas se lancen fuera de ti. Para detenerlo tienes que salir de la casa por un momento y, sin hablar, irte unos minutos del lugar en donde estabas con tus hijos (la cocina, el comedor, etc.), irte al patio, tomar aire, respirar hondo, calmarte un instante justo antes de explotar el que tienes que cuidar aprovechar. Distraer tu mente en ese momento te proporcionará el control que necesitas porque tus hijos lo necesitan.

Cuando aludo a tus reacciones extremas, me refiero también a tus críticas excesivas. Es como si tus hijos no tuvieran o no hicieran nada bien. Estoy de acuerdo con que al niño hay que educarlo. Pero se puede buscar otro método. Y no es preciso que sea criticándolo. Una cosa es decirlo por ejemplo: "Mira cómo te vienes a la mesa a almorzar, con tus manos sucias" o "siempre lo mismo, ve inmediatamente a lavártelas"; que decirle en cambio, "para almorzar, lo mismo para cada comida, es necesario tener las manos limpias, lavas con agua y jabón, porque uno hace cosas, por ejemplo, tú jugando, yo trabajando con herramientas o pasando el trapo a los muebles. Y eso hace que nuestras manos se ensucien con tierra, grasa o tantas cosas. El mismo hecho de tocar el dinero, que ha pasado por innumerables manos y lugares, es un foco grande de suciedad y uno debe evitar el contagio de algunas enfermedades. Para esto hay que lavarse siempre las manos con agua y jabón antes de sentarse a la mesa".

La diferencia en ambos casos es que en uno se lo critica. En el último, se le enseña. Hay que ser claro en la enseñanza. Evitar la repetición constante de críticas y órdenes. La insistencia produce rebeldía. Además, los niños llegan a acostumbrarse a la música de las órdenes constantes de la madre, lo que produce su propia defensa de no oír lo que les están diciendo tan repetidamente.

Además te cuento: se han hecho investigaciones con niños de tres y cuatro años, a los que se les han dado indicaciones para que realicen una tarea determinada. Por ejemplo, que abracen a otro niño y que no toquen los pues. Cuando los investigadores hablaban con voz suave, los niños obedecían inmediatamente. Pero cuando se les decía esto mismo con un tono de voz alto, los niños hacían exactamente lo contrario. Piense usted misma cuántas veces ha gritado una orden, por ejemplo, que no toque una cosa, y el niño asustado o sorprendido, toca justamente eso.

Cuando se grita es porque se ha perdido el control y entonces no se puede ver con claridad la situación. Así no podrás controlar a tus hijos y lo que es peor, perderás el respeto de ellos. Las consignas deben ser claras y firmes, pero en tono suave. Esto te dará efectividad, autoridad y control.

Pero también te escribo a ti que no eres una madre que grita y critica y que pierde el control. Te escribo a ti que estás todo el día encima de tu hijo, que lo sofocas con tanto cariño, con tantas indicaciones, con tantas actividades de las que él debería tener la iniciativa pero tú no lo dejas, usurpando su lugar. Eres tan perfeccionista que haces las cosas porque tu hijo no las va a hacer como tú, por lo tanto tendrá errores; o para hacerlas es lento, , se va a demorar. Esa ansiedad te mata. No qué hablar de los miedos (a veces exagerados) que tienes, y te llevan a recomendarle continuamente: "Cuidado con esto", "cuidado con aquello", "no vayas al patio", "Juancito, ¿dónde estás?", "abrígate bien que te vas a enfermar", etc. Reniegas de los permisos para salir, o ir al campo con los tíos y hasta con el padre. No te equivoques. Puedes estar atenta, puedes dar indicaciones, pero no trates de vivir la vida de tus hijos, ni creer que podrás controlar todos los aspectos del destino y sus riesgos. Pero hay algo que es más grave y te tiene que hacer pensar y cambiar: las consecuencias de todo esto. Un hijo formado de esa manera no va a crecer en la independencia que necesita para desarrollarse como persona madura y adaptada a los cambios permanentes del vivir. Será una persona tan insegura de sí misma que dependerá patológicamente de ti y/o del padre, después será en extremo dependiente de sus compañeros de escuela y luego de su pareja. Tendrá tantos miedos, como miedos le has transmitido, más algunos otros que irá incorporando. Estos miedos no le permitirán probar iniciativas ni crear soluciones nuevas a situaciones nuevas.

Pero cuidado. Porque también te escribo a ti, que eres madre porque tuviste a tu hijo, pero te olvidaste de ser mamá. Y por estar trabajando todo el día fuera de casa has dejado que a tus hijos los críen -en el mejor de los casos- los abuelos o la empleada. Ojo, que para ser mamá no tienes que dar ese tiempo que te sobró y no supiste qué hacer con él.

Pero te escribo de manera idéntica a ti que sin salir de tu casa, trabajas todo el día sin parar, sin darle un poquito de tiempo a tu hijo. Si te llegaran a sobrar algunos minutos adelantas trabajo de mañana o te enchufas en una novela, por televisión. Cuidado porque también te estás olvidando de ser mamá-

Por más dinero que entre en tu casa, es posible que sus moradores no sean felices y que tus hijos se muestren desamorados. Por más que tengas toda la casa impecable o hecha un espejo, como suele decirse, puede suceder que no seas una cabal mamá y que el clima de tu hogar resulte bastante caótico.

Para ser mejor mamá necesitas vivir en el ahora, y eso significa gozar y disfrutar de tu hijo ya, en esta edad hermosa que tiene. Porque en cada etapa de su desarrollo los hijos te van regalando la frescura de su espontaneidad y nosotros los padres tenemos la gracia de poder gozar de la alegría de ellos porque no hay pasado que sea lo suficientemente grande como para nublar sus momentos presentes. Tampoco te quedes fijada al futuro con temor. No puedes disfrutar de tu hijo en este momento concreto, en esta realidad única si vives aferrada al futuro por medio de la cuerda del temor a lo que le vaya a suceder, o esperando con ansiedad que estudie lo que quisieras que estudiara, o haga lo que quisieras que hiciese para que no se equivoque. Imposible ser feliz así y ser mamá así. Tu meta, tu ideal, lo que pones hacia la otra orilla es lo que desearías, es uno de tus objetivos. Hacia allí tiendes. Pero ocupándote de los objetivos más pequeños que como mojones en tu camino te van indicando que hay que superarlos, que hay que lograrlos para llegar a la meta. Pero viviendo; y no teniendo tu cuerpo al lado de tu hijo y tu mente lejos, en el futuro o en el pasado.

Tu hijo te necesita, madre. Necesita que le des amor sin ningún tipo de condicionamiento. Somos "seres humanos" y no "haceres humanos". Por lo tanto, no puedes amar a tu hijo si se porta bien, si es de tal o cual manera, si te cumple los mandados o anda bien en la escuela. De ser así, no sabes entonces que tu hijo siente que no lo amas a él sino a su buena conducta. Trágico error. La imagen de sí mismo decae. No se siente querido. Por lo tanto cree que nadie va a quererlo. Y si es así, tampoco sentirá amor por sí mismo. Y si no se ama no se cuidará, porque siente que no es nada. ¿Cómo escapar de esa prisión? Con desórdenes de conducta tales como agresividad, embriaguez, uso de drogas y relaciones sexuales. Porque justamente comenzará a sentirse que es alguien o tiene un lugar en ciertos grupos, y para estar en estos grupos necesitará compartir sus normas y hacer cualquier cosa con tal de pertenecer a ellos y así sentirse que es alguien.

Ser madre. El difícil, hermoso y necesario arte de ser mamá. La que da el equilibrio al hogar. La que ayuda al marido a ser bueno. La que necesita amarse para amar. Tú que llenas tu interior de dulces sueños, de amorosas esperanzas, no te dejes avasallar por las obligaciones, detén a tiempo una tarea para regalarle unos minutos de silencio, minutos de lectura, de serenidad. No te alteres porque alteras. No te obsesiones porque inhibes. No te desconozcas porque serás presa de tus impulsos. Avanza en el conocimiento de ti misma regalándote cada día minutos de sana meditación. Cultiva tu espíritu, que el Señor te dará la serenidad que necesitas y la fortaleza para seguir adelante, sin temores, para transmitir siempre a tus hijos que confías en ellos, que los amas y que ellos pueden lograr todo lo que se propongan, que son únicos y que todos y cada uno de nosotros somos el milagro más grande de Dios, y que él nos puso en la tierra para algo, que él confía en nosotros y nos amó siempre, desde la eternidad.

Mario E. Cardarelli; Le digo a los padres; Editorial San Pablo; Argentina; 1994.

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Carta a los padres - Mamerto Menapace

Carta a los padres

Quiero escribirte a ti que eres padre. Como yo. Que pasas por ilusiones y fracasos. Como yo. Que llevas grabado en cada célula de tu organismo el toque de Dios y sobre tus hombros el peso enorme y mágico de la paternidad. Como todos.

Cuántas noches de desvelos pasamos junto a nuestros hijos deseando que su enfermedad se traslade a nuestro cuerpo y ellos vuelvan a sonreír al verse libres de su dolencia. Cuántos momentos completamos entre dichosos y, por qué no, nostálgicos ojos el dormir de ellos; verlos ¡tan grandes! ¿Cuándo fue aquél día que lo recibimos entre nuestros brazos con miedo, maravillados, con ternura de inaugurada o reinaugurada paternidad? Nuestro bebé, qué grande está ya. Cualquiera sea su edad. Con qué placidez duerme. Qué emoción nos invade desde el fondo de nuestra alma, desde el fondo de nuestra naturaleza, qué ternura inmensa al verlo…, tanto que ya ni recordamos los disgustos del día, los retos dados, el castigo que le prodigamos sintiéndonos justos. Qué enorme ternura nos hace temblar imperceptiblemente por fuera -por supuesto, no vaya a ser que nuestra masculinidad pueda desmoronarse-. Pero cuánto nos mueve por dentro. Es que ese tierno sentimiento es la huella, que alcanzamos a tocar apenas, de ese profundo interior nuestro en donde se encuentra el amor de nuestro Padre Dios.

Cuántos miedos se agolpan con morbosidad en nuestra conciencia, pensando en el mañana de nuestros hijos y sus sufrimientos. Y cuántos prejuicios y rótulos sociales vienen a nuestro encuentro de la mano de angustias y temores. Cuánto se sufre hoy pensando en el mañana de nuestros hijos. Grave error. Se nos escapa la oportunidad del ahora, del presente, de lo que sí existe, de vivir con nuestros hijos, de darles y recibir, de formarlos y amarlos. Se nos escapa tras nuestra mirada perdida en los caracoles del tiempo y el rostro mustio y contraído. Nuestros hijos, quizá, con ojos de mirada profunda queriéndonos descubrir, quedan con el juguete o la propuesta en sus manos buscando en su mundo niño la respuesta a "qué hice para que mi papá se enojara o preocupara". A la ausencia de contacto humano, de contacto padre-hijo (porque mentalmente nos fuimos lejos del hogar), nuestros hijos lentamente nos dejan a nosotros con nosotros y tímidamente se dicen "hasta la próxima vez". ¿Habrá? ¿Tendremos una próxima oportunidad para jugar con nuestro hijo, para acariciarlo o para escuchar sus penas o preocupaciones, tan poca cosa para nosotros? ¿Podremos llegar a tenerlo entre nuestros brazos y ene se acto abrir la jaula de nuestras ocupaciones, nuestros problemas laborales, económicos, etc., y liberar todos los vuelos de padres? Quizá nos quedemos en el lamento de lo que no hicimos cuando pudimos hacerlo y hoy es tarde, como dice Zig Ziglar, pronunciemos las palabras más tristes del idioma: "si yo hubiera sabido". En el mejor de los casos nos encontraremos con nuestro hijo adolescente (o algo mayor) y nos preguntaremos en qué momento pasó todo tan rápido; y sin entender miraremos a este hijo desconocido y buscaremos en el bolsillo del tiempo sin encontrar vivencias profundas sino sólo un ser-padre descolorido y sin brillo. Tristeza de hombre maduro, sin recuerdos bellos, sin enriquecimiento interior. Alrededor… todos los bienes conseguidos con el esfuerzo de demasiadas horas fuera de la casa y que ahora no sirven para la felicidad.

Ser padre es vivir en la entrega permanente, es el estar dispuesto ya, siempre, para atender y mirar a nuestros hijos. Ellos están en el mundo porque Dios lo ha permitido, porque Dios lo ha querido. ¿Nosotros?… un instrumento. Pero un instrumento pensado y elegido cuidadosamente por nuestro Padre. Nos eligió a nosotros para este hijo concreto, para este hogar real. Confió en nosotros.

Ya, ahora, mientras lees esta carta piensa que estás pasando junto a un mojón de la ruta de tu vida. Este mojón tiene indicado un número (de muchas cifras o de pocas) que señala los momentos que están transcurriendo alocadamente junto a ti y sin que los vivas. Momentos llenos de comunicación y necesidades de tu hijo, momentos de llamadas desesperadas de auxilio en los ojos de tu hijo, momentos de ternura en medio del pecho frente al abandono de tu hijo en tus brazos. Y en este mojón además del número hay un mensaje (tal vez, como tantos otros, no leído). En silencio, espera tu atención y tu disposición a meditar sobre tu paternidad, sobre lo que no viviste porque no te diste cuenta, a pesar de haberlo tenido en tus manos.

Junto al mojón hay un refugio hecho de silencio y un amplio techo para cobijarte seguro por el tiempo que necesites. Por la ruta de la vida, los viajeros minutos pasarán más lentamente, regalándote sonrisas de amor, como estímulo para que sigas invirtiendo tu tiempo en amor, para que de tu interior postergado y abandonado surja la llama que ya no sientes de la paternidad con amor. Una llama que no se ha apagado, solamente es el fuego tibio, que se confunde con la temperatura de tu cuerpo. Toda la naturaleza se detendrá expectante junto a ti, cuando te detengas a meditar. Todo te mirará con respiración contenida y deseos latiendo de esperanzas para que tú cambies. Porque todos los ángeles saben del latido de tu hijo y han mirado por el alma de él. Todos sienten con el sentir de tu hijo en ti. Y nada ni nadie más que tú puede hacer algo por cambiar esta situación. Depende de tu actitud, de la escucha del aliento de Dios que te hablará en ti silencio. Él te infundirá nuevamente el soplo divino de la paternidad, o sea, el soplo divino del amor.

Hay un hijo que espera y un grito de amor en tu interior que espera un corazón abierto para salir.
En el amor entregado está la sonrisa de la vida de tu hijo.
En la vida sonriente de tu hijo está la explosión de amor de tu paternidad.
En la paternidad vivida con total entrega está la alegría de Dios.

Un hijo es para nosotros, los padres, un desafío y un gran compromiso. Como desafío nos situamos frente a un milagro: que un ser tan complejo y perfecto, como es el ser humano, se haya generado en el interior de una mujer por una semilla nuestra, imperceptible y hasta ignorada por nosotros. De allí, de la simplicidad y de nuestra disposición, Dios realizó el milagro de crear una nueva vida. Te miró, me miró, nos miró expresamente a cada uno de nosotros los padres y nos eligió para que criemos un hijo, que en definitiva es un hijo suyo. Criarlo con entrega especial para que en su crecimiento espiritual podamos devolvérselo a él, a nuestro Padre Dios.

Un compromiso porque hoy más que nunca debemos recordar la relación con nuestro padre y cuántas cosas no nos gustaron de desde nuestra posición de hijo. Mirar hacia nuestra niñez o adolescencia significa hacer un viaje al pasado con valijas vacías. Sí, como lo lees: vacías. Lo que significa fundamentalmente es que no lleves ni rencores, ni culpas, sino receptividad, comprensión. Al retorno del viaje arrastraremos el equipaje lleno, ahora, pero de experiencias para enriquecer el presente y mejorar el futuro.

Un compromiso porque se nos ha dado la oportunidad de reivindicar en esta generación, errores de generaciones anteriores. Un compromiso porque hoy nuestros hijos nos llaman con alegre desparpajo, nos hacen poner colorados y nos colocan en un aprieto con sus preguntas y sus santa sinceridad. Permanentemente nos están hablando. Muchas veces, muchas veces sin palabras. Hay miradas que nos transmiten el resultado de un interior intensamente activo, de donde todas las energías de ese trabajo viajan por sus ojos abriendo un canal fértil y preparado para que se deslicen por él vagones cargados de comprensión, de cariño, de amor. Nuestro hijos sueñan. Nuestros hijos esperan. Nuestros hijos necesitan. Como padres nosotros también soñamos, también esperamos, también necesitamos. Sólo resta subir a ese canal de comunicación que nuestros hijos nos tienden. Nos encontraremos con una sorpresa: ese canal es cuesta abajo, para que el primer paso que demos ya nada nos detenga hasta llegar a ellos.

Y el mayor compromiso que tenemos en nuestra paternidad, es el de ser buenos esposos. Porque al alimentar el amor hacia nuestra esposa, nos vestiremos de paciencia, de tolerancia, de compañerismo. En el amor que brindamos a nuestra esposa, haremos una mujer feliz que será una madre dichosa para la felicidad de nuestros hijos.

Un hijo es la prolongación del amor de padres que en el abrazo íntimo concentran el amor fecundo de Dios. El destello mágico de ese amor nos toca en la sonrisa de los hijos. Que los padres no apaguemos jamás esa sonrisa porque se nos perderá el camino en la noche de la pobreza espiritual.


Mario E. Cardarelli; Le digo a los padres; Editorial San Pablo; Argentina; 1994.

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Y los demás - Mamerto Menapace

Reflexión

Del libro La vida que el Padre nos dio de Mamerto Menapace.

Se dice que el que no es capaz de vivir solo, que se cuide de vivir solo, que se cuide de vivir con los demás. Y que el que no sabe vivir con los demás, nunca podrá vivir solo. Soledad y comunión son dos aspectos que equilibran la vida y se necesitan mutuamente.
Porque el crecimiento no se ha detenido. Todo lo que vive crece. Y todo lo que asciende, converge. Somos como un árbol, que hasta un cierto punto crece en forma de tronco. Pero, a partir de un determinado momento, la necesidad interna de su propio misterio de árbol, hace que se diversifique en ramas. Cada una toma una dirección distinta, y si la vida es plena y no encuentra demasiados obstáculos, la copa se irá abriendo en forma armoniosa, y por lo tanto las ramas se separarán cada vez más en direcciones contrarias. El impulso por ser ellas mismas es lo que terminará por hacerlas encontrar en la totalidad de la copa.

Los bichos que carecen de esqueleto necesitan de un caparazón. Pero cuanto más perfecto es un ser en la escala de las especies, más fuerte tiene su realidad interior, y más sensible es su capacidad de relacionarse con los demás. Creo que en esta etapa del inicio consciente de nuestro camino es cuando más necesitamos relacionarnos con los otros, superando la necesidad y creciendo siempre hacia el deseo.
Todos nacemos en una determinada cultura, que es la memoria colectiva del crecimiento que todo un grupo humano ha ido acumulando, como sabiduría en su relación con la tierra, con los hombres y con Dios. Es una manera de ver la vida, y de integrar una escala de valores.
Pero hoy día ya no podemos contar con una cultura única. Estamos sumergidos en un mundo pluralista, donde tenemos que convivir con otras maneras de pensar y de valorar. Puede haber culturas dominantes que nos quieren imponer su propia visión de las cosas.
Permítanme una humorada que hace poco me regaló un amigo judío. Él me comentaba, en forma jocosa, que cinco grandes judíos trataron de explicar cuáles son las raíces de nuestras decisiones,. Dónde nacen y se asientan nuestros impulsos fundamentales:
1º Vino Moisés y dijo: todo pasa por la cabeza. Lo fundamental es el conocimiento de la ley de Dios y su voluntad.
2º Luego vino Jesús y dijo: todo pasa por el corazón. Lo fundamental es el amor a Dios y al prójimo.
3º Mucho después vino Marx y dijo: todo pasa por el estómago. La economía rige los actos humanos.
4º Casi enseguida vino Freud y dijo: todo pasa por el sexo. La libido es el gran impulso que mueve a los hombres.
5º Finalmente llegó Einstein y dijo:… ¡todo es relativo!
Bromas aparte, es evidente que frente a un mundo con una cultura pluralista y globalizada de la información, el gran peligro es perder una escala de valores y que todo nos dé lo mismo. Es la cultura del zapping, técnica con la que los televidiotas tratan de consumir todo lo que la pantalla les trae, sin necesidad de comprometerse con nada.
Pero, por otro lado, todo lo que crece tiene que alimentarse. Tiene que estar abierto a recibir del exterior, y a la vez debe tener la capacidad de integrar armoniosamente eso que recibe en la unidad de su propia realidad. Y si esto es evidente en lo físico, a través del alimento que recibimos, es mucho más cierto en los otros campos, como el social, el psicológico, el afectivo y también el espiritual.
Hasta pienso que el hecho de tener que compartir un mundo con una visión pluralista, nos obliga a afinar en ambas direcciones. Por un lado, buscar obstinadamente la propia identidad a través de elecciones valiosas a las cuales permanecer fieles, y por otro, el estar abiertos para integrar todo lo positivo que ciertamente nos puede venir de afuera de nuestro mundo propio.
Pero la comunión no puede reducirse a un simple proceso de recibir, discernir e integrar. Tan importante como esto, es la posibilidad de dar y de darse. Sólo llegan a ser plenamente nuestras las cosas que entregamos. El día que lleguemos a la plenitud, habremos dejado todo lo que teníamos y nos llevaremos lo que hemos dado.
Nuestras realidades profundas sólo perduran si logramos hacerlas vida para los demás. De lo contrario, se morirán con nosotros.
Del acierto en nuestras elecciones, y de la capacidad nuestra para comprender y ayudar a los demás compartiendo lo nuestro, puede depender también el que mi hermano no equivoque sus propias opciones.
Mi amor y mi comprensión en sus momentos de debilidad, pueden ser fundamentales para que él pueda también, hacer un acto de fe en la vida y arriesgar más allá de la necesidad y acceder al deseo que lo capacite para la renuncia y el amor.
Pero, también, puede ocurrir lo contrario. Puedo estar tan cerrado en mí mismo que llegue hasta la terrible actitud egoísta que la Biblia cuenta de Caín.
-Y a mí: ¿qué me importa mi hermano?
Yo no soy responsable de él.
Pero ante Dios y ante la vida, todos somos corresponsables de todos.

En Buenas Nuevas; Año 7; Nº33; octubre de 2000.

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Adviento - Mamerto Menapace

Año Nuevo

No todo el mundo comienza el año nuevo de la misma manera, el mismo día, ni cuenta de la misma manera. Los judíos tienen su inicio del año, su cómputo. Los etíopes tiene su propia manera. Incluso en Occidente, la manera civil de contar el año no es la misma que la religiosa.

Comenzamos el año de las celebraciones litúrgicas con el Adviento, que significa espera. El problema está en saber qué esperamos. Porque ahora que se acerca el fin del milenio uno se puede preguntar si esperamos que termine este milenio, o que comience el que viene. Porque son dos actitudes diferentes: esperar que algo termine o que otra cosa empiece.
Cuando me preguntan qué pienso del fin del milenio, sospecho que detrás de esa preguntita viene: si vendrá una catástrofe, si vendrá el fin del mundo... Se me ocurre preguntarle a esa persona: ¿Tenés miedo de que pase algo? ¿O esperás con felicidad que algo pase? Me da la sensación de que aquellos que están satisfechos, seguros y que consideran al mundo bien armado, les puede resultar tremendo que venga algo que lo cambie. Pero para aquel que se siente deprimido, puede sentirse feliz de que algo cambie.
Yo creo que el adviento espera siempre una alegría. Uno no mira todo con ojos de catástrofe, sino que lo que se viene es el Señor. La venida del Señor tiene que ser fuente de alegría para nosotros.
Ahora les voy a contar un cuento cortito: Había una vez un tipo que tenía hipo y no había manera de hacer que le pare. Lo llevan a una curandera que empieza a decirle: se viene el fin del mundo, pero… ¡hip! el tipo seguía con hipo. Entonces la curandera lo mira, lo conoce bien, y le dice: Se viene el fin de mes. Y ahí al tipo se le pasó el hipo.
Yo creo que en este momento hay mucha gente que le teme más al fin de mes que la fin del mundo. Porque los problemas le vienen a fin de mes, no con el fin del mundo.
Que el Señor que viene nos diga, preparándonos, en nombre del padre, del hijo y del Espíritu Santo. Amén.


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La ley del puño - Mamerto Menapace

Hay cosas simples que parecen cuento. Todo lo que se refiere a la vida, suele ser simple. Y por eso la vida, suele ser simple. Y por eso la vida suele dar tanto tema para las parábolas. Quizá la vida misma sea una gran parábola que, de puro simple, necesita ser atendida para ser entendida.
En nuestra pampa húmeda existen muchos pastos sabrosos para los animales. Por ejemplo la cebadilla, el raigrás, el pasto ovillo. Se los llama gramíneas. Algunos son del lugar. Otros se han aclimatado aquí, aunque sean originarios de otros lugares. Pero conviven todos en la misma geografía, y terminan por formar una pastura consociada y uniforme. En su utilización pueden obedecer a las mismas reglas de juego.

Una de estas reglas es llamada la ley del puño. Se la explico. Parece ser que todas nuestras gramíneas tienen una parte, la de abajo, que es como la fábrica de su follaje. No sólo sus raíces. También forman parte de esta fábrica de vida su tronco, que suele dividirse formando un macollo del que se van abriendo las hojas hasta ser independientes las unas de las otras. Esta independencia la adquieren recién plenamente más o menos a la altura de un puño. Todo lo que queda por debajo de esa altura pertenece a la parte de la planta que da vida al resto. Lo que sobresale es follaje para ser comido. En muchos casos la parte superior o útil puede ser hasta tres veces mayor que la parte de abajo o necesaria.
Como ustedes ven, en esta ley entra en juego la diferenciación entre lo útil y lo necesario. Lo primero es algo que está destinado a los demás. Lo segundo en cambio es vital para la planta misma.
Descendemos a lo práctico. Si permitimos a los animales que coman todo lo útil de las plantitas, pero respetando lo necesario, es decir su vida personal, su fábrica de pasto, bastará con retirar los animales y darle a la pastura un descanso de tres semanas para que se recuerde plenamente. En cambio si dejamos a los animales un día más, estos se comerán lo necesario, es decir, del puño para abajo. Y entonces la pastura ya no podrá recuperarse mas en ese ciclo. Tendrá que esperar a la próxima primavera para rehacer mientras tanto su propia planta. Porque ya no se trata de volver a fabricar follaje útil, sino de rehacer la fábrica misma del follaje.
Para eso se utiliza el pastoreo rotativo y controlado. Se intensifica la carga de animales sobre un trozo pequeño del terreno, pero permitiéndoles pastar sólo el tiempo necesario para que utilicen el follaje, sin dañar la vida cada día lo hacen en una porción nueva del terreno dividido por un alambrado eléctrico. Y al cabo de tres semanas pueden reiniciar el pastoreo renovado.
Es cierto, todo esto exige un poco más de tiempo y cuidado. Y además que la hacienda sea mansa. Pero todo está en saber educarla desde que son terneraje, y no olvidarse de tener un ojo encima. El resultado premia con creces el esfuerzo. Los campos resisten, los animales engordan, y el alimento se multiplica para los hombres. En definitiva, además de hierbas y bichos el hombre ha manejado su inteligencia.
A veces me pregunto si no existirá también una ley del puño en eso del trabajo pastoral. Da la impresión que muchas veces hay sobre pastoreo. Si hubiera más inteligencia de las cosas de Dios, se tendría que distinguir dentro de las propias fuerzas lo útil de lo necesario. Aquello que es para entregar, y lo que es vida interior que dinamiza y posibilita nuestra entrega, y que hay que defender celosamente para hacer posible el seguir dando.
Jesús se retiraba por las noches al cerro a solas para rezar. De allí se traía parábolas para compartir. Y muchas veces nos habló de la semilla, de la planta y del follaje.

Menapace Mamerto, Cuentos rodados, "La ley del puño", Editorial Patria Grande, Buenos Aires, Vigésima edición, octubre 2000.

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Plato de barro - Mamerto Menapace

En esto de buscar el humor en cosas de la familia tengo un cuento que me contó una vez una chica de 4º grado. Me lo trajo en un libro de lectura. Es conocido, pero se los voy a contar porque es un lindo cuento de familia.
Hombre de campo él, se le murió la señora. Lo único que le quedó fue un gurisito: el hijito. Tal vez por cariño a quien se fue, dedicó toda su vida de hombre de campo al chiquito. Lo mandó a la escuela y cuando terminó la primaria se trasladaron al pueblo para que pudiera hacer la secundaria. Visto que le muchachito respondía y era inteligente, decidió mandarlo a la facultad a estudiar medicina. El chiquito rindió realmente.

El padre se desgastó en trabajos de campo, con los animales, con la chacrita, con todo para pagarle al hijo la cuota de la pensión, y el hijo se recibió de médico.
Cuando el muchacho se recibió, el padre dejó el campito. Vendió todo y le compró, en el pueblo, un lugar para el consultorio. El padre gastó todo, pensando:
- Y bueno, total, mi vida es la de mi hijo.
El muchacho se casó con una chica de la ciudad. Hija única, acostumbrada a otro ritmo de vida. Andando el tiempo les nació un hijito. Pero el abuelo, desgastado, no estaba acostumbrado a la vida de la ciudad. Imagínense, traigan un abuelo campiriño, así, del campo. Resultó que le temblaban las manos y al servirse la sopa la desparramaba sobre el mantel.
La muchachita ésta fue juntando- diríamos -, bronca. Porque le resultaba molesta la figura de este viejo en casa. Vamos a decirlo finito, para que nadie se ofenda.
La cosa estalló. El día que al pobre viejo se le cayó un plato. Uno de los doce platos de porcelana que la abuela de la muchacha había traído de las Europas. Y ahí sí fue un desastre. Se puso furiosa y gritó:
- ¡Pero, esto es el colmo! Ya no puedo soportarlo más. Me voy a la casa de mi mamá.
Todo un desastre. Al final el pobre viejo tuvo que ir a comer a la cocina. Le compraron una cantidad de platos, de esos platos de barro cocido para que el abuelo, si tuviera que hacer un estropicio, lo hiciera con algo que se pudiera romper fácilmente. Y se creyó que el asunto estaba arreglado.
Pero el pequeño había hecho buenas migas con el abuelo. Un día, el chiquito no estaba en casa para la hora de la comida. Lo buscaron por todas partes.
- ¿Dónde se habrá metido este mocoso?
Imagínenlo al guricito. Al final: ¿Saben dónde lo encontraron? En el fondo del patio, al lado de la canilla y embarrado hasta la coronilla. Y la mamá le preguntó.
- ¿Qué estás haciendo acá?
El chiquito le dijo:
- Estaba haciendo platos de barro, para que ustedes, cuando sean viejitos, puedan comer también en la cocina con sus platos de barro.
El cuento afortunadamente terminó lindo, porque a partir de ese día el abuelo volvió a comer en la mesa con la familia. Porque dicen que lo que Juancito ve hacer es lo que va a hacer un día Juan.
El chiquito va a tomar con ustedes, cuando sea grande él y ustedes sean abuelos, las actitudes que él vio que ustedes tomaron con su abuelo.
Digo ¿no? Para el Día del Padre es una linda reflexión. Lo digo con un gran cariño para los abuelos, para los padres y para los chicos. Un día en familia.
En el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo, amén.

Menapace Mamerto, Cuento con ustedes, "Plato de barro", Editorial Patria Grande, Buenos Aires, Segunda Edición, agosto 1998.

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Sentido del humor - Mamerto Menapache

"Tengan sal en ustedes y paz entre ustedes" (Marcos 9, 50).

El canto del río brota desde su cauce. Desde allí se desparrama. El fuego brota del corazón de la leña, y desde allí se comunica y se comparte. Si no hay fuego en los troncos, no hay llamarada entre ellos.

Es del corazón de donde brotan las realidades que se comparten entre los corazones. La paz y la alegría estarán entre nosotros si es que previamente están en nuestro corazón.
Para poder estar en paz entre nosotros, es necesario relativizar, es necesario tener un corazón unificado, enraizado hondamente en una realidad fiel. Y ser flexible a todo lo demás. Igual que los árboles.
Ellos se confían a la tierra por sus raíces y entregan su ramaje al empuje de los vientos así sus ramas ríen, cantan, gimen y se hamacan, y con ello dan vida al bosque entero.
Los árboles tienen sentido del humor. Porque tienen fe en sus raíces que se alimentan del humus que la vida ha ido creando con todos los vegetales que los precedieron. Así logran crear la unidad del bosque, y pueden tener paz entre ellos.
La paz sólo es posible en una comunidad que tienen sentido del humor. El humor es la sal del corazón: es lo que da sabor a cada acontecimiento. Es intuitivo y logra siempre desdramiatizar lo que es relativo. Nada de lo auténticamente humano es dramático. Porque el dramatismo es la careta que se pone un acontecimiento cuando uno es incapaz de vivirlo desde la seguridad de sus raíces.
El Señor les decía a sus discípulos:
- También ustedes están tristes ahora, pero volveré a verlos y su corazón se alegrará. Y a ustedes nadie podrá quitarles su alegría.
Nosotros hemos puesto nuestra seguridad en el Señor. Como el mar ha puesto la garantía de su incorruptibilidad en la sal. Por eso el mal canta en paz, aun en medio de las tormentas.
Menapace Mamerto, Madera Verde, "Sentido del humor", Editorial Patria Grande, Buenos Aires, decimoséptima edición, mayo 1999.

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RECORDAR A NUESTROS FIELES DIFUNTOS - Mamerto Menapace

¿Se puede?

Una reflexión del Padre Mamerto Menapace.

En estos días recordamos en la Iglesia lo que se llama "La fiesta de los difuntos".

Parecieran dos palabras que no pueden ir juntas. Antes se celebra la fiesta de todos los santos, que en otra época era una fiesta importante. Pareciera que en estos dos días festejamos dos cosas diferentes: un día los santos que llegaron al cielo, y al otro día los difuntos. Pero celebramos a las mismas personas. Por un lado celebramos a los que ya llegaron al cielo, pero después tomamos conciencia de que ya no están acá, de que empezó su ausencia al lado nuestro.
Piensen en una familia del interior que tiene un hijo al que quieren mucho, y éste se va a jugar al fútbol a Japón. Él está contentísimo allá y los padres están seguros de que él está bien y de que está donde siempre quiso estar.
En los padres está la profunda alegría de saber que su hijo está donde quiere estar y está bien. Pero ¿quién le quita al padre el dolor de que su hijo no esté con él? ¿Quién le quita el dolor de su ausencia?
Entonces, fíjense que pueden coexistir en nuestro corazón la alegría de la certeza de que él está bien, y por otro lado, uno se apena, se entristece por el hecho de no tenerlo al lado de uno.
Por eso se puede celebrar simultáneamente a nuestros seres queridos de las dos maneras: con alegría como ya llegados a la casa del padre; y por el otro lado tener el sufrimiento de su ausencia.
Que ellos desde el cielo nos consigan la bendición de Dios.

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Compartir el Hambre Solidaridad - Mamerto Menapace

Un recuerdo de Mamerto Menapace

Lo que hoy les cuento no es un cuento. Es uno de mis primeros recuerdos como ecónomo de mi monasterio de Los Toldos (provincia de Buenos Aires).
Terminados mis cuatro años de teología en Chile, regresé al monasterio, y ordenado de diácono.
Mi prior me destinó para acompañarlo en el trabajo de la economía del monasterio que está emplazado en pleno campo, por lo que se trataba de organizar y dirigir las tareas rurales.
Por suerte, había gente muy capaz, y el grupo CREA nos asesoraba en toda la parte técnica. Pero lo mismo, fue una experiencia sumamente exigente.

De las aulas teológicas de un monasterio, tuve que pasar abruptamente a tratar con todo un mundo nuevo que iba desde los linyeras a los estancieros, y desde los Bancos a los peones.
Y, sobre todo, tuve que interiorizarme en el uso de las maquinarias agrícolas y en todo lo que se refería a laboreos, semillas, tiempos y cosechas. Pero la cosa me apasionaba y me fui metiendo de lleno en todo ese mundo nuevo.
Fue para mayo de 1966. Habíamos tenido una relativamente buena cosecha de maíz, pero por defecto de la máquina juntadora, un tanto primitiva, casi un 15% de las espigas no pudieron ser recogidas. No quedaba más remedio que hacer el trabajo a mano y para ello recurrir el sistema de concuñar.
Esta palabrita significa un tipo de trato entre el patrón y el obrero en el cual no se paga un sueldo sino que el trabajador se lleva una parte de lo recolectado para su uso personal.
Esto se debía a que las espigas caídas tenían sus granos en un estado que solo servían para el consumo animal y no podían guardarse en los silos. Generalmente el arreglo solía ser de mitad y mitad.
Pero en nuestro caso, necesitábamos el campo cuanto antes, y además, queríamos ayudar a una familia pobre y numerosa de nuestra vecina tribu de Coliqueo, de apellido Colín.
Conocía su apretada situación, y que le vendría bien aquel trabajo de concuñada libre, ya que el trato era que podría quedarse con todo lo recolectado.
Yo me imaginaba que al día siguiente los vería llegar a él y a toda su familia en sulky y carro para llevarse la mayor cantidad de maíz posible para sus gallinas y animalitos.
Por eso fue grande mi sorpresa cuando por la mañana me encontré en la puerta del potrero con toda una caravana de sulkies. En cada uno de los cuales venían familias que querían aprovechar esa situación y la oportunidad de concuñar libremente.
Con esto, era claro que la familia Colín ya no podría aprovisionarse con la misma cantidad, y con ello quedaría perjudicada. Por eso me acerqué disimuladamente a mi amigo y le pregunté quién había avisado a todas aquellas personas.
Me respondió con total naturalidad que él mismo se había encargado de recorrer el vecindario para comentárselo. Cuando le expresé mi extrañeza, aclarándole que con ello él ya no podría recoger tanta cantidad como si lo hubiera hecho solo, me respondió convencido:
- Es que también ellos tienen hambre y necesitan máiz pa´ sus animalitos.
Tuve que reconocer que mis cuatro años de teología no habían logrado aún enseñarme lo que mi amigo el indio Colín sabía por experiencia: que sólo entiende el hambre de los demás el que la ha sentido en sí mismo.

Publicación Diáogo

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